lunes, 3 de junio de 2013

Jelly Roll Morton "El Fanfarrón"


Ferdinand Joseph Lamothe, más conocido como Jelly Roll Morton, fue una de las figuras más brillantes y trágicas del jazz. Claro que no fue él quien inventó esta música. como le gustaba afirmar, pero esta pretensión tampoco estaba demasiado alejada de la verdad.

"Es de todos conocidos y está fuera de toda discusión que Nueva Orleans es la cuna del jazz y que yo personalmente fui su creador en 1902"

Ya en 1902 aporreaba los pianos de los burdeles de Nueva Orleans , produciendo una música "sucia" en la que trasladaba al piano los sonidos de las calles, de los cantantes de blues y de las bandas de música de los desfiles.

Dado que su familia criolla se tenía en muy alta estima y no estaba dispuesta a tolerar sus escapadas a los bajos fondos, Ferdinand repudió a los Lamothe, Mouton, Monette, Péché, Baudoin y demás "franchutes" de su parentela, cambió el apellido de su suegro, Mouton, pasando a llamarse Morton, para que sonara inglés, y partió hacia el ancho mundo.

Como pianista itinerante viajó primeramente por los estados del sur, llegó en 1907 a Texas, viajó a Chicago por primera vez en 1910 y, un año después, en 1911, se marchó a Nueva York, donde James P. Johnson* le oyó tocar.
En 1917, Morton se trasladó a Los Ángeles y desde allí conquistó también San Francisco, Seattle, Portland, Vancouver, San Diego, Denver y otras ciudades del oeste. Lo cierto es que Morton fue recogiendo por el sur toda clase de música: Blues, Ragtime, spirituals, música folclórica de los blancos, melodías de ópera y bailes criollos con "toque" español, y las fundió para crear una mezcla que, aunque aún no era jazz propiamente dicho, sonaba muy parecido, hasta el extremo de confundirse.

Algunos de sus éxitos posteriores, como King Porter Stomp, ya surgieron hacia 1905 y se editaron 10 años más tarde: por entonces, la nueva música llegada de Nueva Orleans ni siquiera tenía nombre.
Morton, simplemente se adelantó varios años a la gran ola del jazz. Y esa fue su ventaja: dondequiera que llegaba, su música gozaba de una gran estima, y cuando Oliver, Keppard y los otros músicos de Nueva Orleans lo alcanzaban, él se trasladaba miles de kilómetros más allá y el juego comenzaba de nuevo. 
Pero aquello también significaba una desventaja: cuando el jazz llegó a Chicago y a Nueva York, hacía el año 1920, ya Morton andaba por la costa oeste, y no figuraba entre los pioneros que marcarían con su sello las capitales del jazz.

Más tarde, cuando empezó a reclamar su gloria, los músicos más jóvenes debieron de tomarlo como un fanfarrón o un mentiroso.  Máxime cuando Jelly Roll Morton era, efectivamente, un notorio presuntuoso que en sus años de músico itinerante había aprendido a crearse una imagen . Pasaba por ser astuto, se vestía con suma elegancia, llevaba un diamante en un diente de oro y se gastaba el dinero en juegos de azar.
En un entorno tan marcado por los bajos fondos y el mundo del hampa, él creía haber podido reafirmarse gracias a su capacidad de adaptación: intentó ser proxeneta, siempre llevaba encima un revólver, traficaba con remedios milagrosos, era un bocazas, se comportaba como un gánster millonario e infundía miedo a la gente.
Yo tengo más trajes que tú pañuelos, era uno de sus comentarios favoritos.
También en sus actuaciones con el piano actuaban a menudo en espectáculos de alarde. lo mismo presentaba un popurrí clásico tocado sólo con la mano izquierda que ofrecía imitaciones de otros pianistas o tocaba una pieza desconocida con ayuda de una partitura, aunque en realidad las notas estaban en su cabeza. 
Jelly Roll Morton era como una compañía de variedades formada por un solo hombre, con su actuación al piano como negocio habitual. Pero ni siquiera los escépticos pudieron negarle jamás su mérito: él fue el primero que compuso y escribió música para banda de jazz. Y fue algo que hubo de aprender a pulso, después de haberse ganado demasiados enemigos en San Luis y de tener que recurrir a músicos del German Quarter, hombre de origen alemán que no tenían ni un ápice de intuición para la música negra, pero a quienes él anotó los sonidos de Nueva Orleans que parecían improvisados.

Tales experiencias le posibilitaron más tarde escribir en Chicago, una cuidad enloquecida con el jazz, piezas maestras como Black Bottom Stomp y Grandpa´s Spells, para las que Morton escribió en partitura todos los temas, los contrapuntos, los breaks, los acordes acompañantes y los motivos intermedios.  Sus músicos, experimentados en el arte de la improvisación -entre los que estaban Kid Ory*, Omer Simeon, Barney Bigard y Johnny Dodds-, negaban con la cabeza: ¿tres horas de ensayos para una breve cita en el estudio? Y cuando Morton llegó a Nueva York en 1928, era ya un cuerpo extraño, un absoluto anacronismo.
En vano intentó adaptarse a las tendencias del jazz neoyorquino, los movimientos de las Big Bands y los espectáculos del jungle style.
También su manera de tocar el piano sonaba ya -en comparación con los ritmos del piano stride de Harlem, de sonido duro, nervioso, de swing- como algo pasado de moda, rural.
En su intento por ser original surgieron piezas como la fascinante Freakish, una por entonces irritante mezcla de ragtime de los estados del sur y cromatismo urbano.
Con su manera chulesca de comportarse y sus historias de la época en la que supuestamente había invetado el jazz Morton sacaba de quicio y provocaba la risa del mundillo del jazz neoyorquino y muy pronto se le consideró únicamente como un viejo extravagante y charlatán. Y en efecto: el fanfarrón Morton fue una víctima de las maquinaciones criminales de los comienzos de la industria musical. Porque mientras Benny Goodman, Fletcher Henderson y otros conseguían grandes éxitos con sus piezas, Morton no vio ni un céntimo de todo aquello. 
En 1935 inició incluso una gran campaña en su favor y afirmaba: Me han robado tres millones de dólares. Pero a esas alturas, ¿quién le iba a creer?